Juntó la
nostalgia del ayer que se negaba a ser pasado; siguió los mandamientos de sus
sentimientos y volvió. Para que lo encuentren hasta donde no estaba.
Un líder con
mesura, con doctrina y con conocimiento del juego, que prefirió la periferia y
no la exposición mediática.
Cantó en la victoria y en la derrota, porque en el
fútbol caben el error, el imprevisto y el asombro.
Otra manera de
mirar al mundo, sumó capítulos positivos en silencio. Después de todo, la vida
entera es un libro abierto que está lleno de héroes anónimos. Pensó bien y
despacio cada movimiento, en la cumbre de sus soledades y frente a unos cuantos
oídos con lealtad. Interpretando que en el ejercicio de la autoridad,
reflexiona mucho, castiga poco y no perdones nunca. Había conocido el abismo de
tres títulos esquivos. En la noche victoriosa la vida le devolvió aquel guiño
demorado. En la vuelta olímpica del campeón se le erizó la piel y una lágrima
le manchó la mirada. Fue en el instante final, con miles de gritos reventándole
la boca y el pecho anunciándole que iba a volar. Armó un equipo de talento y
audacia. Algo que construyó en años y que se resolvió en una fugacidad.
Nassib Neme
estará para siempre en cada libro que cuente bien la historia de Emelec. La vida es un partido que dura hasta el
último minuto. Neme regresó con un mensaje profundo: al jugador hay que
respetarlo y no usarlo.
Ab. Roberto Bonafont - @RobertoBonafont
COLUMNISTA