Dentro del equilibrio técnica-temperamento, Ecuador por momentos se acercó a ese ideal.
De a ratos, se alejó. En la primera parte ese objetivo quedó distante. Chile tuvo ráfagas de inspiración y de fervor pero con idea de juego, hombres capaces de desnivelar individualmente; mostraban valor equipo.
Mena lanzó desde la banda, Sánchez entró en acción ganándole a Erazo, su clase se insinuó de cabezazo y llegó el gol (34´).
Díaz desde el córner lanzó con agudeza, Sánchez la peinó y Medel en profundidad embocó (37´).
Ecuador debió soportar la caída. Los minutos más dramáticos, los más angustiosos, porque Chile fue arriba a buscar más goles.
En el Centenario, Uruguay 3 Argentina 2, necesitábamos convertir un gol para quitarnos el ahogo.
Vidal de frentazo le sacó viruta al palo, la pelota cayó en manos de Domínguez.
La defensa ecuatoriana no tomaba hombre ni hacía zona. Los defensores chilenos siempre se las ingeniaban para apretar a los delanteros nuestros, sin dejar líneas sueltas, hombres desmarcados, ni espaldas descubiertas.
Pero cuando Felipao marcó su golazo, todas las explicaciones parecían estar sobrando. Porque en esas décimas de segundo que corrieron desde que partió el tiro hasta que la pelota estalló en la red, cabía todo el fútbol. Emergió la figura de Antonio Valencia en actitud emocional con todo su juego espectacular, vibrante y definitivo. Picó 40 metros, la pelota en silencio corrió a su lado. La duda se hizo temor en la marca. Cuando el gol era una fábula. Felipao recibió de Anthony y culminó de rastrón entre el palo y el arquero su obra maestra .
Pasaron a segundo orden los méritos acumulados en el partido, se superaron todos los desaciertos cometidos y hasta olvidamos lo mucho que sufrimos para llegar al delirio de la clasificación a Brasil 2014.
Ab. Roberto Bonafont - @RobertoBonafont
COLUMNISTA
