Nueve tarjetas amarillas, tres rojas. El peor arbitro del país, una vez más fue protagonista del clásico del astillero, pero no para bien sino para mal. Las estadísticas lo confirman, Alfredo Intriago toda vez que es designado para un partido está preocupado por tener una pose que le ayude a salir bien en la televisión o que un cronista gráfico le haga una replica en primer plano, para ser portada de los diarios al siguiente día. La ley de la ventaja es obsoleta para él, interrumpir el juego a cada momento es su misión, exagerado en sus desiciones y en vez de arbitrar con el pito en la mano, lo hace con las tarjetas. Si bien es cierto los jugadores son los que dan el espectáculo en un terreno de juego, Intriago siente a un nivel muy alto celos de aquello. No difrutamos de un clásico donde el trámite de partido sea normal. No, que lástima. Tanto será su preocupación por su "imagen", que ayer los más de 22.000 asistentes al estadio George Capwell, nos quedamos atónitos cuando, existiendo tiempo perdido por las multiples interrupciones, NUNCA dio un sólo minuto de adición en el segundo tiempo. Total la culpa no es de él, es de quien lo designa.
Romario Caicedo
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