Las superioridades se van construyendo desde Guagua y Mejía, desde el fondo, el balón sale limpio. Los jugadores están dispuestos a diferentes alturas para facilitar la creación de las líneas de pase. Saben cuándo conducir y cuándo tocar. El traslado sin exceso permite atraer rivales provocando la aparición de hombres libres. Los extremos y laterales dan amplitud para que aparezcan los pasillos interiores.
La creación de triángulos permite ir jugando con el “tercer hombre”.
El equipo cuando pierde el balón, se encuentra junto y empieza la presión y es difícil hacerle un contra ataque.
Se posiciona en bloque corto para no correr detrás de la pelota. No permite pasillos descubiertos por su interior. Lastra y Gaibor no abandonan su zona. El volante de equilibrio juega simple le da vuelta al esférico, otorga continuidad a la jugada y cuando no la tiene clara, toca hacia atrás y se reposiciona. En fútbol es mucho más fácil desnivelar por superioridad numérica que por habilidad individual.
Ayrton es necesario para que el juego pueda orientarse de manera coordinada y continua. Su alto porcentaje de pases busca buenos receptores por orillas y eje. Es un punto de apoyo permanente, entrega la pelota con precisión y a tiempo. Extremo de largo recorrido o interior. Descomunal elasticidad. Su habilidad mejora a los demás.
Él va decidiendo qué hacer para no quedar atrapado en esas absurdas y limitadas funciones en las que están enmarcados los jugadores en el campo. Preciado es recepción con giro perfilado, para ganar dos segundos y tener un mejor campo visual para el siguiente paso. Reconoce dónde es necesario, para reequilibrar lo caótico y complicar la estructura del juego contrincante. Es un organizador, es el juego en sí mismo.
AB. ROBERTO BONAFONT - @RobertoBonafont
COLUMNISTA