viernes, 29 de septiembre de 2017

Matadores

Existen dos tipos de goleadores: Los que necesitan asistencia a través de una pequeña sociedad o conexión fija. Y los rematadores o cazadores que llegan antes o junto con la pelota para mandarla a guarda a la red. 
Juan Dinenno (15): Mirada atenta, movimientos exactos, fluidez en el desmarque, generosidad en el pique. Puede ser contundente, pero no es de esos delanteros que agujerean la red, prefiere castigar a los rincones del arco con intensión y clase. Está en la liturgia del toque y gol. 
Carlos Garcés(14): La pelota viene llovida como proyectil, él la amansa sobre pie al mismo tiempo que gira, maniobra, conduce, mide y sigue con frialdad en lo caliente del partido. Su pausa (cambio de ritmo) hace que el fútbol sea veloz. Mete diagonal, encara hacia el eje. Mete freno con sentido de tiempo y usa bien los perfiles. Se reitera en el enganche hacia el interior, en la búsqueda de profundidad.
Juan Tévez (15): Tiene dos virtudes, pique largo que va aumentando revoluciones a medida que gana metros y su visión del arco. 
Regula, tiene filtro sin necesidad de dar un paso más para acomodarse y armar el cuerpo antes de sacar el remate. Pone el sello personal, el del esfuerzo y el instinto. Marca el pase a sus compañeros, cuándo deben entregarle pelota y cuándo descargarla en otra dirección. 
Jonathan Álvez (15): Es un faro en el área con pelota corta o larga. 
Tiene el partido de frente. Es anzuelo para mover la marca, descolgado o pendulando entre dos o tres rivales. Alucinante depredador de arqueros. Nueve de furia y ambición. Gana donde no hay claros. Talento definitivo, categórico. Un ejecutor que desequilibra la marca con el panorama suficiente para encontrar la grieta por la que filtrarse. Arrollador. 
Genera espacios donde los otros ven muros. El balón da vueltas en su imaginación. Inventa y produce lo inesperado. Se llena el pecho de gol. El crack jugado en el instante decisivo con el fútbol que le gusta a la gente.

AB. ROBERTO BONAFONT - @RobertoBonafont
COLUMNISTA

Romario Caicedo

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