Totono
Durante catorce años debió soportar las
bromas y burlas de sus amigos azules, de sus compañeros de trabajo.
"Totono, qué tristeza porque otro año
más y sin coronar".
Su respuesta era el silencio y una mirada de ojos vacíos.
Como que no estaba en condiciones de comprender qué era estar feliz, a sus
sesenta y siete años de vida.
Cada temporada que el equipo iniciaba una buena
campaña, Totono le sacaba punta al sentimiento de hincha: "Lo posible ya
está hecho. Lo imposible lo estamos haciendo", y se esforzaba por evitar
que un domingo cualquiera comenzara la catástrofe de los malos resultados.
Totono depresivo por la cachetada de la
derrota, lloraba como un chico al que un camión le pisó la pelota.
Se convertía
en un abandonado, obstinado a una sola esperanza.
Aquel sábado de gloria en el Monumental
las tribunas comenzaron a llenarse a partir de las nueve de la mañana, pero
Totono estuvo en la general desde el amanecer.
La vida le estaba dando una
revancha.
Un rayo de alegría se mete en sus pupilas,
abre la cara a la sonrisa. Se imaginaba la envidia de sus amigos burlones. Él
sentía que respiraba uno de los momentos supremos de su vida. Ahora la tribuna
está hecha delirio. La cancha, llena de papelitos amarillos; Totono deja que
corra una lágrima traicionera por el rostro.
Cuando Barcelona da la vuelta olímpica una
lluvia de serpentinas gigantes y fuegos de artificio lo va cubriendo todo.
Fiesta grande a la que está prohibido describirla, es tan linda que uno puede
herirla desde la pobreza de las palabras. La que provoca un nudo en el pecho de
Totono, que está de pie, tirando manotazos al aire, dando saltos como un chico
y sumándose al alarido general.
Su corazón se altera, un dolor
interminable lo sacude desde adentro, se descompone, se acuesta en la grada y
siente ese impacto áspero en medio del pecho.
Totono alcanza a ver que su cielo
se oscurece, en el preciso instante que el Ecuador entero grita "Barcelona
campeón".
Ab. Roberto Bonafont - @RobertoBonafont
COLUMNISTA