Barcelona,
olé
Costas conservó el equilibrio mental y no tomó decisiones apuradas por un
par de partidos malos. Defendió el buen juego, el que se convirtió en una
pertenencia con pautas, sin urgencias. Lejos de la cultura de la inmediatez:
táctica del triunfar como sea.
Barcelona no practicó fútbol directo: la pelota larga que evita la gestión
de la jugada, o puso acento en el fútbol vertical como sinónimo del fútbol
veloz.
La idea del DT convenció a sus dirigidos y logró un compromiso con el
juego, en el manejo de los tiempos y la utilización de la zona.
Su virtud máxima ha sido el orden y la mecanización, sin darle libertad al
jugador limitado, ni arrebatándosela al que le sobra talento.
El gesto que más emociona en Damián Díaz es su enorme capacidad de engaño.
Hace todo lo contrario a lo que la marca creía que iba a realizar.
Tiene amor por la pelota y el arco dibujado en la cabeza. Es más artista
que peón. No dejó que la crítica le deteriorara la autoestima. No puedes vencer
a quien no se rinde nunca.
Es un talento que muchos disfrutan como el jugador imprescindible; su pausa
es sabiduría, crea intensidad, une muy bien: la defensa y el ataque. Cuando
está presionado, aparece la categoría para resolver.
Vive del espacio, gambetea con intensidad, por el medio o por afuera con
cambio de ritmo.
Su regate no es una necesidad sino un recurso cerca del área. Se hace
fuerte en los aciertos; es responsable de gol en pelota parada. Cabecea el
balón del lado que viene el centro. Tiene un papel principal en cada arranque, con punto de referencia en Narciso o De la Torre, para descargar la pelota.
Mira más el balón que al rival. Le roba la confianza al contrario. Su toque
es para la participación de todos. Cuanto más cerca está la pelota de su pie de
apoyo, mejor define.
Es un líder positivo que corre riesgos. No sigue la moda táctica, la crea
en su minuto emocional.
Ab. Roberto Bonafont - @robertobonafont
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