El Clásico inmortal
La Caldera estaba vibrante, llena de emoción, alarido sin fatiga.
Veintiocho mil personas teñidas de azul y amarillo cargaron sus gargantas de
gritos y sus pies de saltos.
Táctica Costas: que los contrarios la toquen lo menos posible en la última
etapa del ataque. Su sistema era el resultado de una enseñanza metódica y
permanente.
La última línea de cinco los defensores marcaron en diagonal o por
delante en anticipo. Nunca desde detrás. Solo estaban en línea al borde del área
grande. El resto de tiempo escalonándose para realizar las coberturas y ayudas
colectivas. Valencia difícil de domar, soltó dos remates que fueron salvados de
la raya del arco.
Díaz se encontró con una pelota picada, su tiro impensado le sacó viruta al
vertical. Michael Arroyo ingresó en la segunda mitad.
La esperanza cobraba
densidad. La movilidad del recién ingresado le otorgó a su equipo entusiasmo y
cambio de velocidad.
Cuando Emelec controlaba el medio campo, Arroyo de corajeada le sacó un
balón a Giménez, y se la dejó cortita y al pie a Díaz. El talento del argentino
alcanzó su máximo esplendor de hombre gol, lo que convirtió en inútil la
revolcada de Zumba. Emelec manejaba la pelota con una monotonía agradable sin
peso final: la genialidad ocurrente de Figueroa lanzando una tijera en zona
minada.
Las diagonales de Mondaini que terminaron en el más allá. Damián Díaz se
hamacó por afuera; el asombro lo acompañó. Con audacia ilimitada aguantó la
pelota para que llegue De la Torre, quien puso balón garúa a la cabeza de
Narciso. El gol tuvo genialidad, salto insólito y desenfado ofensivo. Cuando el
marcador le daba la espalda a Emelec, un lanzamiento sensible de Mera dejó que
Corozo en una exposición de ingenio y clase encienda la esperanza para los azules
(2-1).
Sobre el final Figueroa de frentazo guio el balón hacia el destino del
empate, pero Banguera aceleró su intuición, voló hacia la eternidad, atrapó la
pelota con garfios y no se la pudo sacar nadie.
Roberto
Bonafont @RobertoBonafont
Columnista