Uno miraba la tribuna del Monumental y sentía su vibración, su
contagio emocional: cincuenta mil fanáticos con una entrega y orgullo que
emocionaba.
Barcelona, fue el equipo de la
fábula y el delirio. Y se dio el acostumbrado rito: el ingreso sonoro y
apasionado a la cancha, las serpentinas gigantes de bienvenida, los cantos
esperanzados. Costas impuso tres
centrales en la última línea. Los que hicieron densidad, impedía que el rival
llegue por el medio. Sólo en igualdad
numérica propiciaron duelos 1x1. Caicedo agrandó la línea metiéndose entre los
centrales. Gruezo recuperaba y tocaban.
Si el rival apelaba al pelotazo, hacía sólidos a los zagueros en el cabezazo, además manejaron el rebote. Táctica Costas: salir a mandar, vivir en campo rival y no permitir que
T. Universitario haga juego. Atraer al adversario a la presión para derribarlo
de uno en uno. Importaban las líneas y el equilibrio, el juego posicional que rompía el estatismo. Todos actuaron en
función del balón. Díaz era el tercer hombre de juego encarador. El
canario tuvo el manejo del tiempo y
pelota en la primera parte. Y fue sombrío durante 25 minutos del segundo acto, Barcelona
apareció sin profundidad, el campo se estrechó, el balón se perdió. Damián
Díaz el intérprete de pelota parada y movida; toque al segundo palo; busca
pies al primero; remates lejanos; geniales asistencias picadas. Lanzó desde
el córner y gol de cabeza de Caicedo (35m). Un gol ubicado en el momento
psicológico oportuno. Justo cuando el DT lo iba a sacar de la cancha, la pelota
viajó en el aire cargada de miradas suplicantes, Díaz sacó de tijera un golpe
maestro. Golazo de asombro inagotable.
Quedó en la historia con alma de mito (75). Díaz con clase infinita lanzó un
balón largo para Narciso, el desencanto del portero que no pudo atacar al
balón, la pelota buscó dueño y José Ayoví metió la zurda silenciosa, la pelota
buscó la red, y el Monumental saltó a la gloria (79m).