Desde el fondo de la historia
Aquello de "volver con la frente marchita" no se ha escrito para
los ganadores de estirpe.
Claudio Bieler: su leyenda de gran goleador la
escribió de taquito, de un frentazo, de pared cortita, de atropellada, con un
cañonazo, de palomita, de peinada, al ángulo para el viaje imprudente del
portero o de rastrón, y ganó por derecho propio un primer lugar entre los
mejores.
Un juicio de valor insospechable. Jugador de resultados y de equipo. Que
rompe todos los moldes.
Con medio arco o tres cuartas partes de arco tapado
remata igual. Pisando el área y con un pedacito de luz para meter el zarpazo no
duda. Le pega con todo. Gambeteador veloz; domina la pelota como si fuera una
continuación de su pie.
Damián Manzo tiene la cara ancha, cuello corto, hombros levantados, piernas
de conformación curiosa. La pelota es su amante, se buscan, se disfrutan y se
alejan. Una extraña relación. Frota la varita cuando quiere. Con cualidades que
ya no se ven, porque están en extinción.
Dueño de su ubicación. Valiente y valioso. Amigo de la pelota y pariente de
la gloria.Tiene tanta habilidad que es capaz de amagarle a Manzo esa
elegancia, finura, arte y fútbol. Un equilibrista, un mago (los magos no
cumplen años), un contorsionista capaz de bajar una pelota del cielo con el
pie, cuando uno dudaba si sería capaz de llegar con la cabeza. El arco se le
muestra abierto y visible sin adversarios que lo bloqueen. Sabe pegarle a la
pelota. Fuerte y con dirección. Con balón en el pasto o en el aire. Sus
disparos, sacados sin esfuerzo, como para hacer sonar las manos de los
arqueros. Jugar bien es un asunto entre Manzo y el balón. Aún tiene la cara de
Pibe, cara sucia de transpiración.
Ab. Roberto Bonafont