Jeff Montero: Olor a red
El recuerdo es el único paraíso del cual no podemos salir expulsados.
Montero a la hora de las canciones escolares escuchaba ovaciones. "Nene,
déjame verte la cara.
Porque hasta ahora lo único que vi fue tu pequeña silueta de wing,
escapándose por la raya izquierda", le dijo un lateral. Creció arriba de
un balón. Creció con el olor del vestuario. Aquella mezcla de transpiración
eterna, mentol, sobaco de intrusos, directivos con cara de perro, llantos,
gritos de alegría y golpes en las paredes.
Aroma a abrazos del alma, a bronca, a sangre, a huesos quebrados, a pasión,
a victoria, a fracaso, a naranjas, a retazos de pasto, a vendas, a amor propio,
a amor al fútbol. Fue la escuela de Montero.
El romance con Emelec duró muy poco (2 goles, 07-08). Su talento se fue a
Dorados (1 gol, 09), luego en Villarreal B hizo la pelota de trapo (10 goles).
Su conducción-regate diferencial para acelerar la jugada en ataque estático lo
hicieron figura y goleador. "Me gusta encarar, el que vive con miedo ya
vive a medias". En Villarreal A (2 goles, 10-11) evitó los pases
horizontales. Buscó la finalización o provocó faltas del rival cerca del área.
Manejó los principios del juego: amplitud, penetración, profundidad y
movilidad.
Pisador de pelota en escaso terreno y rodeado de adversarios, le puso el
pie encima, la mostró, la escondió, la volvió a exhibir y, de pronto, salió del
bloqueo enemigo con tal limpieza que el aplauso brotó solo, espontáneo.
"En Villarreal fui muy querido". Cuando llegó al Levante para
actuar junto a Felipao sintió que la vida es esa interminable sucesión de
"mientras". No pudo cargar tanto vacío. Pesaba demasiado (2 goles).
Su paso al Betis fue notable, la crítica le escribió elogios encendidos.
"¿Sabes cuál es la forma más rápida de deprimirse? Pensar siempre en lo
mismo. Cambié de proyecto y me fue mejor (2 goles)".
Montero es de la dinastía de los habilidosos, cultor de la gambeta. Es el
tramoyista insólito que llena el domingo de duendes. Para ser lo que no soy,
tendría que volver a no ser.
Ab. Roberto Bonafont
Columnista