Cuando Zubeldía
abrió por primera vez la puerta de Barcelona, sintió que el equipo estaba
envuelto en una nube gris. "Dura tarea", pensó. Era como agitar las
aburridas y pesadas aguas del mar Muerto.
En poco tiempo pudo descifrar los pequeños misterios que se
ocultaban detrás de las paredes del vestuario canario.
Después llegó el trampolín táctico para tener los principios
de juego muy claros. Su sistema 4- 2- 3- 1 es el libro de ruta para no perderse
en el camino.
El fútbol es un estado de ánimo, juego estratégico y
espectáculo de laboratorio.
Zubeldía contagió a sus jugadores con sus convicciones
firmes, sin caídas anímicas. Su trabajo aún no está para ser expuesto en el
Louvre, pero satisface. Tiene el respaldo incondicional de sus jugadores; por
él los canarios son capaces de correr veinte metros más de lo que las piernas
lo permiten. Quien conoce el sabor de la derrota, valora mejor sus triunfos.
En Barcelona especular significa equivocarse, esperar es dar
la iniciativa al rival, por aquello el equipo protagoniza. Hay una intención de
toque casi religiosa que se nota cuando la pelota empieza a rodar. Hay una
verticalidad que es paciente y espera el momento justo para el pase entre
líneas. Tenencia de pelota y movilidad para desgastar al rival. No achica de
forma suicida. La solidaridad es una de sus consignas. Tácticamente se dejan
muy pocos detalles al azar. El equipo es más importante que cualquier jugador.
El estratega está convencido y afirmado, para no dejarse
atropellar por la urgencia ni la presión de años sin títulos. El que no ha
caído, no sabe cómo levantarse.
Barcelona y Zubeldía han sellado un pacto de sangre. El
equipo canario aplica la autocrítica y el perímetro contenedor (la protección que
debe tener el jugador dentro del grupo). El entrenador no los maneja con la
culpa y el equipo se vuelve aguerrido en conceptos.
La danza del toque se convierte en ritual sin
contemplaciones. Ganar es una necesidad de mercado, pero también jugar bien. Barcelona
encuentra el eje y comienza a crecer. Funciona la estructura táctica; tiene en
Díaz a un conductor que armoniza el juego.
Los jugadores han aprendido a adaptarse a los distintos
planteos: se busca la segunda o tercera jugada. Presión, ritmo rápido de balón
hasta conseguir que el rival se sienta incómodo. Transición defensa ataque,
ataque defensa. Tiene velocidad de ejecución en todos y cada uno de los balones
para no convertirse en un cuadro previsible.
¿Maravilla? No. Personalidad en el momento oportuno para
remontar cuando llega la mala hora.
Zubeldía quiere escribir su propia historia. Tiene un equipo
con gran vuelo y no un relámpago de ficción.
Roberto Bonafont, columnista