Lo único que le falta es hacer hablar a la pelota.
Méndez: atrevido y desconcertante, imprevisto, quiebra el equilibrio de los prudentes, la monotonía de lo correcto. Aparece cuando nadie lo imagina, un gurú creativo. La ráfaga de lo imprevisto. Gana la raya de fondo, saca el toque atrás. Convierte en gol toda pelota cercana. Méndez es creación y gol. Gol de esos que se gritan antes de que la pelota entre a la red. Omar Asad intenta hacer del Emelec un bloque compacto, dinámico, agresivo y con buena imagen de fútbol. Con caudal de toque razonado y certero. Más allá de como se ubiquen los jugadores (línea de cuatro o de cinco), la idea parte de cuatro verdades sencillas. No arriesgar el juego con pelota frontal de incierto destino; tocar y tocar, evitar la gambeta en zonas comprometidas; movilidad en el medio y en ataque concentración. Méndez es el nombre de la esperanza, verlo jugar es refrescar el alma. Lo único que le falta es hacer hablar a la pelota.
El puesto más triste del fútbol: el arco.
Banguera: siempre está deteniendo el veneno de un remate intencionado o una pelota pifiada. Sabe salir sobre el atacante que llega con pelota domesticada. Su gran virtud es anticiparse a la jugada, no impedir el gol sino que se produzca la situación de peligro. Razona y analiza, antes de meterse en el partido con sus reflejos y su coraje.
Elizaga, nunca está vencido, a pesar de que la pelota ya traspuso la raya de gol. Su cara parece tallada. Ni un gesto blando. Ni una actitud liviana. Ni un movimiento convencional. A sus años sigue exteriorizando la misma potencia, la misma agreste sensación que el tiempo no ha pulido. Sin tonos brillantes. Pero sin notas falsas. Con sangre fría. La misma que le permite echar la mirada rápida, barriendo el campo y eligiendo al destinatario de su entrega, apenas tocó pasto, en la atajada que dejó muda a la tribuna. No se destaca por una virtud especial. Pero tiene un poco de todo lo que debe poseer un arquero a la hora de atajar, de achicar, de iniciar juego, y de mandar en el área. Oportuno en la salida y, sobre todo, canta bien el juego. Está en lo bravo del partido. No le gusta arrimarse donde no calienta el sol.
Klimowicz ordena al equipo, desde la serenidad perdida y la reflexión postergada. Sale con su preciso sentido del tiempo y aguanta erguido. Sin dejar el ángulo abierto. Hace de lo sorprendente un hábito. Eso tiene su peligro. El equipo confunde a veces las hazañas del arquero con virtudes colectivas. Sus cualidades técnicas están apoyadas no sólo en su velocidad física, sino en la mental: es el reflejo del reflejo.
Por su seguridad en las contenciones y su celeridad en los destellos.Tiene salidas muy justas, incluso fuera del área, para despejar con los pies pelotas metidas en profundidad, al hueco abierto en la zona de centrales. Klimo es un hombre que no vive de su prestigio, vive de su lucha.
Romario Caicedo
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